El dominical EL MUNDO PINTORESCO de 29 de mayo de 1859 publicaba en su Suplemento la siguiente noticia: "Acaba de fallecer en Alcalá de Henares la señora doña Vicenta Maturana, camarista que fue de la reina doña María Isabel Luisa de Borbón, decana de las poetisas españolas, que poco antes de morir ha tenido el placer de ver reunidas en una linda edición sus obras poéticas, elogiadas por toda la prensa".
El gaditano Adolfo de Castro, en la entusiasta y laudatoria nota publicada en el mismo semanario el 9 de octubre, daba así noticia de este hecho: "La muerte, pirata en el mar, salteadora en los caminos, foragida en las montañas, ciudadana en las poblaciones, acaba de herir en Alcalá de Henares a una señora de nobilísimas prendas, de gran talento, de fecunda fantasía"
El 16 de mayo había sido enterrada en la galería nº 3, nicho 25 del Cementerio de San Roque de Alcalá de Henares. Al extender hoy la vista por este viejo cementerio no podemos sino lamentar que el paso del tiempo y el olvido hayan desbaratado los deseos que expresó en su emotiva oda "A la orilla del mar una noche de luna" con estos versos:
Y cuando tu luz refleje
sobre mi sepulcro frío,
quizás le verás de flores
y noble laurel ceñido
Llevaba viviendo en Alcalá desde 1847. Hasta instalarse en esta ciudad su vida transcurrió por diversos lugares, siguiendo los numerosos cambios de destino, primero de su padre, luego de su marido y después de su hijo, todos ellos militares y todos con un amplio y glorioso historial.
Nació en la luminosa Cádiz el 6 de julio de 1793; ya a los cuatro años sus padres se trasladan a Madrid. Empieza aquí su educación, la escasa educación que se daba en esas fechas a las mujeres que entonces tenían ese privilegio. En su caso se limitó al aprendizaje del francés, la danza y el dibujo. Pero ella desde muy joven se dejo llevar por una gran afición por la literatura y en especial por la poesía. En el prólogo de su primer libro de poesías proclamaba esta su "afición que no ha sido de ningún modo cultivada, me he dejado dominar de ella para pintar mis propios sentimientos".
Trasladado su padre a Sevilla en 1807 entra en contacto con el circulo poético de la Academia de las Letras de dicha ciudad; esta relación, sobre todo con Félix José Reinoso, fue fundamental en su formación literaria y su huella se observa en sus creaciones poéticas posteriores y en gran medida en la primera colección que editaría en 1825, en la que las odas intercambiadas entre Fileno (F. J. Reinoso) y Celmira (Vicenta Maturana) ocupan varias páginas.
Su padre, el Mariscal de Campo Vicente Maturana y Altemir muere en Sevilla el 12 de noviembre de 1809 despues de un enfrentamiento con las tropas francesas . Nuestra poetisa se tiene que trasladar a Lisboa con su madre. Al poco tiempo muere ésta y Vicenta regresa a España en 1811.
Instalado en el trono Fernando VII obtiene una pensión vitalicia por el fallecimiento heroico de su padre y en 1816 es designada camarista de la Reina, primero con Isabel Luisa de Braganza y Borbón, y después con la tercera esposa de Fernando VII María Josefa Amalia de Sajonia. De su buena relación con Isabel dePortugal dejó constancia en los versos compuestos con motivo del nacimiento y posterior muerte de su hija la Infanta María Isabel Luisa, y en especial en el soneto escrito al fallecimiento de esta reina:
Instalado en el trono Fernando VII obtiene una pensión vitalicia por el fallecimiento heroico de su padre y en 1816 es designada camarista de la Reina, primero con Isabel Luisa de Braganza y Borbón, y después con la tercera esposa de Fernando VII María Josefa Amalia de Sajonia. De su buena relación con Isabel dePortugal dejó constancia en los versos compuestos con motivo del nacimiento y posterior muerte de su hija la Infanta María Isabel Luisa, y en especial en el soneto escrito al fallecimiento de esta reina:
Mi corazón de suspirar cansado
a los pies de Isabel dulce latía;
mi existencia a su sombra bendecía,
juzgándome en el puesto deseado.
María Josefa Amalia, joven piadosa y recatada hasta el histerismo (parece que la noche de bodas con el fogoso Fernando fue sonada y que tuvo que intervenir el mismo Papa Pío VIII para convencerla de que yacer con el marido no era pecaminoso), coincidía con su azafata en el gusto por la poesía, por lo que la relación entre ambas fue muy intensa, siendo habitual el mutuo intercambio de opiniones y comentarios sobre las composiciones poéticas de cada una de ellas. Con objeto de privarla del particular afecto de la Reina, se había esparcido en la Corte el rumor de que era Vicenta la autora de las poesías que hacía la Reina y que era la propia Vicenta quien lo iba diciendo. Para dejar constancia escrita de cuán diferente era su estilo respecto al de la Reina, nuestra poetisa se vio obligada a dar a la luz su primera colección de poesías que editó en 1825 bajo el título de Ensayos Poéticos.
Hasta entonces había publicado algunos poemas en Diario de Mallorca (5-10-1814) , en el Diario Mercantil de Cádiz ( entre 1814 y 1819) y en el Correo Literario y Mercantil de Madrid, bien con el seudónimo de Celmira, bien con sólo sus iniciales. En el mismo año de 1825 publicó también bajo otro nombre la novela "Teodoro o el Huérfano Agradecido". Su segunda novela conocida "Sofía y Enrique" la publico en 1829.
Entretanto había tenido los dos hijos, José y Vicenta, que nacieron de su matrimonio con el coronel Joaquín Gutierrez Pérez Gálvez, con quien se había casado en 1820.
Iniciada la primera guerra carlista su marido, el coronel Gutierrez, se incorpora a las tropas partidarias de Don Carlos, por lo que Doña Vicenta debe exiliarse a Francia con sus hijos. Allí vive con las dificultades de todo expatriado y la preocupación constante por la vida de su marido y de su hijo José, pues éste se había incorporado también al ejercito carlista pese a su corta edad.
En 1836 regresa a España y reside en Beriguistain, localidad cercana a Tolosa situada en zona carlista. Allí compone el cuarto canto del Himno a la Luna, dando por fin término a este poema en prosa que había iniciado en 1830, al estilo del Himno al Sol del abate Reyrac cuya lectura le había impresionado, Este Himno lo publicó en Bayona en 1838 , pero con gran dolor de su corazón tuvo que retirarlo de la circulación por mandato del Gobierno carlista; Pío Baroja irónicamente dijo sobre este asunto "no saber si el Gobierno carlista lo prohibió por resentimiento hacia Doña Vicenta o hacia la luna"
En 1836 regresa a España y reside en Beriguistain, localidad cercana a Tolosa situada en zona carlista. Allí compone el cuarto canto del Himno a la Luna, dando por fin término a este poema en prosa que había iniciado en 1830, al estilo del Himno al Sol del abate Reyrac cuya lectura le había impresionado, Este Himno lo publicó en Bayona en 1838 , pero con gran dolor de su corazón tuvo que retirarlo de la circulación por mandato del Gobierno carlista; Pío Baroja irónicamente dijo sobre este asunto "no saber si el Gobierno carlista lo prohibió por resentimiento hacia Doña Vicenta o hacia la luna"
Su marido muere el 1 de octubre de 1838 en la ciudad francesa de Perigueux y a Francia se marcha ella de nuevo. De allí ya no regresará a España hasta el año 1847, que es cuando viene a vivir a Alcalá de Henares. Para ayudar al sustento de su familia en Francia, en 1841 publicó una segunda edición de sus Poesías aunque dirigida exclusivamente al mercado americano.
En marzo de 1859, sólo dos meses antes de su muerte, publica una nueva y actualizada edición de sus Poesías, sin titularlas ya como Ensayos Poéticos. En el prólogo explica: "Me he decidido a hacer esta tercera edición, aumentada con algunas composiciones inéditas y con los tres primeros cantos del Himno a la Luna, pues, a los deseos de mis amigos, se han unido los de mis hijos que quieren les deje esta memoria".
Es un extenso libro de casi trescientas páginas que comprende una gran variedad de tipos de poemas ( odas, letrillas, canciones, romances, décimas, liras, ovillejos y sonetos). Esta definitiva y última edición permite ver la evolución de la poetisa, que, instalada desde sus orígenes en el neoclasicismo, acaba apuntando rasgos ya característicos del romanticismo y que sabe dejar a un lado la sencilla ingenuidad, y a veces ser irónica e incluso llegar a la sátira mordaz.
Las opiniones de los comentaristas de su época fueron dispares. Frente a la posición benévola de Eugenio de Ochoa y la excesivamente favorable de su paisano Adolfo de Castro, hubo críticas en otros tonos como la exigente de David Canalejas en La Ilustracion Española y Americana; no obstante éste tuvo que reconocer que "la producción poética de Dª Vicenta Maturana peca de desaliño y de exagerada inocencia de forma, pero son composiciones de una ternura, de una ingenuidad y de una sencillez encantadoras".
En los tiempos actuales hay que aplaudir el trabajo presentado, en el I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española de´siglo XIX (Barcelona 1996), por Sara Pujol Russell; es un interesante estudio hecho con profundidad y con cariño, que termina con el deseo de la autora de que "ojalá mi intervención haya contribuido a reparar en una mínima parte el nombre, los versos y el olvido de Dª Vicenta Maturana".
Por mi parte terminaré expresando la satisfacción que me ha producido el hallazgo y conocimiento de esta antigua poetisa, que durante los últimos doce años de su vida callejeó por esta ciudad de Alcalá de Henares. Aquí dejó de vivir. Para revivirla nada mejor que algunos de sus versos.
Mi temor único
No me hace estremecer el silbo fiero
del terrible huracán, cuando agitado
forma montañas en el mar salado,
llenando de pavor al marinero;
ni el trueno que retumba, ni el ligero
rayo, de oscura nube disparado,
ni el torrente que arrastra mi ganado,
ni ver entre humo y llamas el granero:
Con pecho firme, con serena frente
miraré el universo conmovido,
sin que el corazón mio se amedrente;
mas este corazón tan atrevido
tiembla, palpita, mil temores siente
si sueña de tu amor helado olvido
En marzo de 1859, sólo dos meses antes de su muerte, publica una nueva y actualizada edición de sus Poesías, sin titularlas ya como Ensayos Poéticos. En el prólogo explica: "Me he decidido a hacer esta tercera edición, aumentada con algunas composiciones inéditas y con los tres primeros cantos del Himno a la Luna, pues, a los deseos de mis amigos, se han unido los de mis hijos que quieren les deje esta memoria".
Es un extenso libro de casi trescientas páginas que comprende una gran variedad de tipos de poemas ( odas, letrillas, canciones, romances, décimas, liras, ovillejos y sonetos). Esta definitiva y última edición permite ver la evolución de la poetisa, que, instalada desde sus orígenes en el neoclasicismo, acaba apuntando rasgos ya característicos del romanticismo y que sabe dejar a un lado la sencilla ingenuidad, y a veces ser irónica e incluso llegar a la sátira mordaz.
Las opiniones de los comentaristas de su época fueron dispares. Frente a la posición benévola de Eugenio de Ochoa y la excesivamente favorable de su paisano Adolfo de Castro, hubo críticas en otros tonos como la exigente de David Canalejas en La Ilustracion Española y Americana; no obstante éste tuvo que reconocer que "la producción poética de Dª Vicenta Maturana peca de desaliño y de exagerada inocencia de forma, pero son composiciones de una ternura, de una ingenuidad y de una sencillez encantadoras".
En los tiempos actuales hay que aplaudir el trabajo presentado, en el I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española de´siglo XIX (Barcelona 1996), por Sara Pujol Russell; es un interesante estudio hecho con profundidad y con cariño, que termina con el deseo de la autora de que "ojalá mi intervención haya contribuido a reparar en una mínima parte el nombre, los versos y el olvido de Dª Vicenta Maturana".
Por mi parte terminaré expresando la satisfacción que me ha producido el hallazgo y conocimiento de esta antigua poetisa, que durante los últimos doce años de su vida callejeó por esta ciudad de Alcalá de Henares. Aquí dejó de vivir. Para revivirla nada mejor que algunos de sus versos.
Mi temor único
No me hace estremecer el silbo fiero
del terrible huracán, cuando agitado
forma montañas en el mar salado,
llenando de pavor al marinero;
ni el trueno que retumba, ni el ligero
rayo, de oscura nube disparado,
ni el torrente que arrastra mi ganado,
ni ver entre humo y llamas el granero:
Con pecho firme, con serena frente
miraré el universo conmovido,
sin que el corazón mio se amedrente;
mas este corazón tan atrevido
tiembla, palpita, mil temores siente
si sueña de tu amor helado olvido
Apasionante la vida de esta poeta afincada en nuestra ciudad, Alcalá de H.
ResponderEliminarReivindico su figura. Gracias por la información.
Estimado Heliodoro: Muchas gracias por compartir esta información sobre Vicenta Maturana, cuya obra literaria es de gran interés para mí. ¿Podría escribirme a rueda@uky.edu? Saludos.
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